Queridas almas inquietas:
Hubo un tiempo en el que mi camino como bruja fue muy distinto al que conocéis hoy. La Academia Brujeando, con sus aulas llenas de velas, energía y el murmullo de voces compartiendo conocimiento, aún no existía. Mi aprendizaje se desarrolló en la soledad de un pequeño cuarto, donde cada paso era dado con cautela, practicando en silencio y escondida de las miradas ajenas.
Por entonces, ser bruja no era algo que se pudiera mostrar con orgullo. La sociedad no estaba preparada para aceptar a alguien como yo, una joven con ansias de aprender lo oculto, en un entorno donde las creencias místicas se consideraban peligrosas y equivocadas. Sin embargo, no estaba completamente sola. Mi mentora, me acompañaba en este sendero, guiándome con paciencia y sabiduría.
Recuerdo una tarde en particular. La luz del atardecer se filtraba apenas por las rendijas de la cortina. Consuelo y yo estábamos sentadas frente a un pequeño caldero, el único que teníamos, intentando descifrar los secretos de la magia. Yo sostenía mi vara de poder con manos temblorosas, sintiéndola solo como un pedazo de madera sin vida, incapaz de captar la energía que tanto ansiaba canalizar. Miré a Consuelo con desesperanza, esperando ver en sus ojos la confirmación de lo que más temía: que no tenía el don para la brujería.
Pero ella, con una sonrisa tranquilizadora y su voz llena de certeza, me dijo:
“La magia no siempre se muestra de manera espectacular, Margui. A veces es un susurro, un murmullo apenas perceptible que vive en cada pequeña acción. No necesitas invocar a los espíritus o hacer que los objetos se muevan. La verdadera magia está en tu corazón, en cómo transformas lo que tocas, incluso si es solo un pensamiento o una emoción.”
Fue en ese momento cuando entendí que ser bruja no consistía en realizar proezas imposibles ni en dominar todos los conjuros. Mi poder, al igual que el de cada uno de vosotros, no reside en lo que podéis o no podéis hacer, sino en quiénes sois y en cómo elegís compartir vuestra esencia con el mundo.
Hoy, queridas almas inquietas, os hablo desde un lugar de reconocimiento y fortaleza, porque sé que muchos de vosotros os habéis sentido igual que yo en algún momento. Quizás os habéis mirado al espejo con dudas, pensando que vuestra magia no es suficiente porque no responde a los estereotipos que la gente espera. Pero quiero que sepáis esto: la vara de poder que sostenéis no necesita brillar con luz propia para ser valiosa, porque su verdadera fuerza proviene de vuestra mano, de la conexión que tenéis con ella desde el corazón.
No todos los brujos y brujas pueden ver a través del velo del tiempo o comunicarse con las almas de quienes ya partieron. No todos tienen la facilidad de curar con un toque o de lanzar conjuros en lenguas antiguas. Pero cada uno de vosotros tiene un don especial, único, que puede no parecer impresionante a simple vista, pero que es esencial para este mundo.
Quizás vuestra magia está en cómo acogéis a quienes buscan consuelo, en cómo organizáis a las personas para hacer grandes cosas, en cómo sois capaces de leer entre líneas y ver lo que otros pasan por alto. Quizás vuestra habilidad sea escuchar sin juzgar o cuidar de aquellos que nadie más nota. ¿Acaso no es esa una forma de hechizo? Transformar el dolor en comprensión, el miedo en esperanza, y la soledad en compañía.
No subestiméis nunca el poder de la empatía, de la compasión o de la bondad, porque son las semillas de la magia más antigua y profunda que existe. Así como el caldero no se llena solo de ingredientes físicos, sino también de vuestras intenciones y deseos, vuestro poder no se define solo por lo que veis o hacéis, sino por lo que sois.
Así que cuando sintáis inseguridad o penséis que la vara de poder no responde a vuestro llamado, recordad que esa conexión no se fuerza. Se cultiva, se cuida y se nutre con cada acto pequeño que realizáis, con cada gesto de amor que compartís. Sois brujos y brujas, no porque mováis montañas o doméis el viento, sino porque habéis elegido caminar este camino, escuchar la voz de vuestro caldero interior y dejar que su sabiduría os guíe.
Mi historia comenzó en la soledad, pero vuestra historia ya no necesita ser escrita desde allí. Hoy tenéis la Academia, tenéis a vuestros compañeros, y me tenéis a mí. Estamos aquí para apoyarnos, para aprender y para recordar que la magia más poderosa es la que reside en cada corazón que se atreve a abrirse.
Con cariño y magia,
Margui